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cruz del sur

El Gualicho

El Gualicho Rosa Mamani era una mujer joven que como muchos, había llegado de lejos
buscando una luz de porvenir en la capital, que su pueblo no podía darle. Había casi
olvidado su lengua materna y sepultaba cuidadosa todos sus recuerdos para hacer menos dolorosa la distancia e intentar sobrevivir aquí, en este monte de quejidos y cemento.

Como tantos, ella también caminó calles y plazas, soñando con la calidez de un lugar donde quedarse y echar raíces, por fin. Pero la realidad, tan oscura como su pelo trenzado, la encontró una noche envolviéndose en cartón, junto a las vías del tren. Allí donde se levanta una multitud de casillas improvisadas, donde converge un puñado de familias, en su mayoría paraguayas y litoraleñas.

Desde el primer sueño de vigilia, Rosa sintió que otros la acompañaban, porque sus lágrimas no eran las únicas que brillaban al rocío, y poco a poco se fue acostumbrando a ese nuevo mundo, tan distinto a lo que había soñado. Así, su silencio se volvió menos triste y el tono de su voz, un canto, que aliviaba el corazón de muchos hombres que se le acercaban como a un refugio donde ampararse de tanta miseria.

Nadie supo bien cómo ni cuando, pero Rosa dejó de ser una sombra en aquel
laberinto plateado y resurgió como un fénix, iluminándolo todo y a todos. Su dominio se extendió a ambas márgenes de la vía, llegando a cubrir un amplio espacio, lindando con el vecino asentamiento del bajo puente. Ella era para muchos, la dama, la mujer, la hembra que los cobijaba del fantasma de la soledad y a pesar de que no era bien vista por algunas señoras, nadie la molestaba jamás.

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rojA

fragmento de mi cuento "El Gualicho"

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